La palabra trauma y las sensaciones de vulnerabilidad parecen ser acompañantes muy reales y presentes en este momento histórico. Como humanidad, nos encontramos en la cúspide de una serie de elecciones trascendentales que pueden llevarnos hacia un lado de la balanza donde existe la luminosidad y el cambio, o hacia el otro extremo donde el potencial de destrucción es muy real.

Muchos de nosotros hemos crecido anhelantes de encontrar líderes que nos lleven hacia mejores direcciones, sin embargo, con frecuencia estamos enfrentando la desilusión de ver que muchos de nuestros líderes se encuentran atados a compromisos ambiciosos que los conducen a poner de lado el bien común de los pueblos y de la humanidad como un todo.

Tal vez necesitamos cambiar de perspectiva y darnos cuenta de hasta qué grado podemos, cada uno de nosotros, ser agentes efectivos de cambio. La humanidad necesita sanar y la mejor manera de hacerlo es a través de la fuerza de la comunidad.

Son muchas las crisis que estamos enfrentando; el cambio climático, la ambición desmedida de quienes son indiferentes ante la injusticia y el dolor humano, el cambio tecnológico tan masivo que nos presenta modelos inimaginables de realidades futuras.

En verdad, hoy en día somos ciudadanos globales, y aunque el miedo quiera cerrar fronteras entre unos y otros, hay un holón mucho más grande que impide la separación y la indiferencia.

¿Que significa para ti ser un ser humano? ¿Qué piensas de la exclusión, ya sea la tuya o la que tu sientes frente a los que llamas ¨los otros¨? ¿Qué es todo aquello que llamas ¨ajeno y distante¨ y que por consiguiente desprecias o ante lo que sientes repulsión?

A final de cuentas, el trauma suele conducirnos a la retracción, más que a la relación, y quizás es eso lo que estamos viendo ahora, a unas semanas del terremoto, un agotamiento y un deseo de querer olvidar lo que vivimos, favoreciendo el aislamiento.

Sin embargo, la mente y el cuerpo tienen respuestas distintas ante el trauma. La mente tiene prisa por colocar en el pasado las memorias, por situarlas en un lugar distante y ya resuelto, mientras que el cuerpo presenta una respuesta muy diferente, en su anhelo de mantenernos vivos, donde puede presentar respuestas muy dramáticas de aislamiento.

La memoria implícita nos hace retraernos cuando percibimos un peligro que nos afectó en el pasado y que de manera real o imaginaria vemos en las experiencias presentes.

Sin embargo, la neurociencia nos dice que sanar requiere tocar lo que sentimos, atender nuestras emociones, dar espacio a contemplar las imágenes atrapadas en nuestros tejidos. La mejor forma de hacerlo es en compañía, para poder mirarnos a los ojos y mantenernos en contacto con los demás a través de la conexión emocional que utiliza a las neuronas espejo, para mostrarnos como cuidarnos a nosotros mismos y proferirnos empatía y compasión. El contacto y el acercamiento nos conducen al poder de la resiliencia.

En pocas palabras, el cuidado es principalmente corporal y el yoga tiene el enorme potencial de ofrecernos un espacio de contención única. El cerebro cambia a través del movimiento, de la presencia, de la atención plena y de la auto-escucha. La práctica de asanas es un terreno donde podemos observar nuestras creencias, nuestras resistencias y la representación que tenemos de nosotros mismos, la cual afecta y a la vez es reflejada en patrones de sensación, postura y gesto.

El yoga juega un importante papel terapéutico cuando es utilizado como una intervención somática de sanación.